el desnudo y la Iglesia
Por si alguien tiene reticencias morales, La opinión de Juan Pablo II sobre la desnudez
LA DESNUDES EN SI MISMA
NO ES INMORAL
Ha dicho Juan Pablo II en su Catequesis del 6 de mayo
de 1981: “En el decurso de las distintas épocas, desde la antigüedad -y sobre
todo, en la gran época del arte clásico griego- existen obras de arte cuyo tema
es el cuerpo humano en su desnudez; su contemplación nos permite centrarnos, en
cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza -incluso
aquella ‘supresensual’- de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en
sí, como escondido, un elemento de sublimación, que conduce al espectador, a
través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre.
En contacto con estas obras -que por su contenido no
inducen al ‘mirar para desear’ tratado en el Sermón de la Montaña-, de alguna
forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la
medida de la ‘pureza del corazón’.
Pero hay también producciones artísticas –y quizás más
aún reproducciones– que repugnan a la sensibilidad personal del hombre, no por
causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su
dignidad inalienable– sino por causa de la cualidad o modo en que
artísticamente se reproduce, se plasma, o se representa. Sobre ese modo y
cualidad pueden decidir los diversos coeficientes de la obra o de la
reproducción artística, como otras múltiples circunstancias, más de naturaleza
técnica que artística. Es bien sabido que a través de estos elementos, en
cierto sentido, se hace accesible al espectador, al oyente, o al lector, la
misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto
audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con repugnancia y
desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción que, junto con la
objetivación del hombre y de su cuerpo, la intencionalidad fundamental supone
una reducción a rango de objeto, de objeto de ‘goce’, destinado a la
satisfacción de la concupiscencia misma. Esto colisiona con la dignidad del
hombre, incluso en el orden intencional del arte y la reproducción”.
a) Cuando esa intencionalidad supone una reducción del
cuerpo a rango de objeto de goce, destinado a la satisfacción de la
concupiscencia, la imagen atenta contra la dignidad de la persona (de la que es
representada y de la que mira) y se inserta en la “mirada concupiscente”, en la
“pornovisión” (Catequesis del 29 de abril de 1981) que Jesucristo equipara con
el adulterio del corazón: “Yo les digo que todo el que mira a una mujer
deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5,28).
b) Cuando la obra tiene ese elemento de “sublimación”
que incluye la cualidad de no inducir al “mirar para desear”, no parece ofrecer
objeciones morales.
La desnudez no es en sí una cosa inmoral: Dios, después
de haber formado el cuerpo humano, lo juzgó muy bueno (Gn 1,31). ¿De dónde
viene el posible desorden? Lo tenemos expresado en las dos actitudes sucesivas
que leemos en el Génesis:
La aparición de la vergüenza muestra un cambio de
estado en el hombre y la mujer. Ese cambio viene por el pecado original que
introduce un desorden en la actividad humana. Ese desorden que queda como
secuela del pecado se denomina “concupiscencia”. La concupiscencia desordenada
altera el orden y naturaleza de las cosas; en el plano de la sensualidad y
sexualidad ordena el cuerpo al placer venéreo egoísta, alterando el fin de la
sexualidad que es la mutua complementariedad esponsal
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