domingo, 6 de octubre de 2013

el desnudo y la Iglesia

 Por si alguien tiene reticencias morales, La opinión de Juan Pablo II sobre la desnudez

LA DESNUDES EN SI MISMA NO ES INMORAL
Ha dicho Juan Pablo II en su Catequesis del 6 de mayo de 1981: “En el decurso de las distintas épocas, desde la antigüedad -y sobre todo, en la gran época del arte clásico griego- existen obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez; su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza -incluso aquella ‘supresensual’- de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación, que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre.
En contacto con estas obras -que por su contenido no inducen al ‘mirar para desear’ tratado en el Sermón de la Montaña-, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la medida de la ‘pureza del corazón’.
Pero hay también producciones artísticas –y quizás más aún reproducciones– que repugnan a la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su dignidad inalienable– sino por causa de la cualidad o modo en que artísticamente se reproduce, se plasma, o se representa. Sobre ese modo y cualidad pueden decidir los diversos coeficientes de la obra o de la reproducción artística, como otras múltiples circunstancias, más de naturaleza técnica que artística. Es bien sabido que a través de estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador, al oyente, o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con repugnancia y desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción que, junto con la objetivación del hombre y de su cuerpo, la intencionalidad fundamental supone una reducción a rango de objeto, de objeto de ‘goce’, destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma. Esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte y la reproducción”.
a) Cuando esa intencionalidad supone una reducción del cuerpo a rango de objeto de goce, destinado a la satisfacción de la concupiscencia, la imagen atenta contra la dignidad de la persona (de la que es representada y de la que mira) y se inserta en la “mirada concupiscente”, en la “pornovisión” (Catequesis del 29 de abril de 1981) que Jesucristo equipara con el adulterio del corazón: “Yo les digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5,28).
b) Cuando la obra tiene ese elemento de “sublimación” que incluye la cualidad de no inducir al “mirar para desear”, no parece ofrecer objeciones morales.
La desnudez no es en sí una cosa inmoral: Dios, después de haber formado el cuerpo humano, lo juzgó muy bueno (Gn 1,31). ¿De dónde viene el posible desorden? Lo tenemos expresado en las dos actitudes sucesivas que leemos en el Génesis:
La aparición de la vergüenza muestra un cambio de estado en el hombre y la mujer. Ese cambio viene por el pecado original que introduce un desorden en la actividad humana. Ese desorden que queda como secuela del pecado se denomina “concupiscencia”. La concupiscencia desordenada altera el orden y naturaleza de las cosas; en el plano de la sensualidad y sexualidad ordena el cuerpo al placer venéreo egoísta, alterando el fin de la sexualidad que es la mutua complementariedad esponsal

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